
El Quinto Sol
Cuentan mis gentes que, hace mucho tiempo, los dioses se reunieron en asamblea para ver quién debía iluminar el mundo. No era sencillo buscar a quien quisiera ofrecerse, pues el elegido habría de entregarse sin miedo al fuego: solo de su muerte nacería la vida.
Dos fueron los dioses que se ofrecieron, Tecuciztécatl (Señor de los Caracoles) y Nanahuatzin (Pleno de Llagas). Ambos hicieron penitencia durante cuatro días hasta que llegó el momento de dar su cuerpo a las llamas. Tecuciztécatl se acercó cuatro veces hasta el fuego, pero no fue capaz de arrojarse a él. El miedo le atenazaba y le impedía cumplir con su destino. Así fue como, cuando llegó s quinto intento, Nanahuatzin se anticipó y se lanzó sin temor sobre la hoguera. Ante la valentía de su compañero, Tecuciztécatl lo imitó.
Sus cuerpos prendieron en las llamas y salieron transfigurados en forma de águila y jaguar, los dos animales que hoy protegen a nuestros guerreros. Ya en el cielo, ocuparon su lugar como Sol y Luna. A Nanahuatzin le correspondió el Sol y a Tecuciztécatl, la Luna. Pero como el brillo de ambos era tan intenso, los dioses decidieron suavizar la Luna y oscurecieron su cara con una mancha que le impide lucir con la misma fuerza que luce el Sol.
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La música de Los nombres del fuego